
Agallas.
Si observamos los quejigos y sus alrededores veremos colgadas de las ramas o en el suelo unas bolas extrañas y de formas diversas.
Son las agallas, que tienen un misterioso origen. En esta parada vamos a conocer este apasionante mundo de formas y colores, derivados de las luchas que mantienen los vegetales contra los insectos que los parasitan.Las agallas del quejigo son producto de la picadura de diferentes tipos de avispas, moscas y escarabajos. Estas criaturas depositan un huevo en algún lugar de las hojas o ramita. La larva que de él sale estimula químicamente los tejidos de la planta, tratando de aislarlo con capas y capas de tejido vegetal, proporcionando con ello y sin darse cuenta la protección y el alimento a estos seres en formación.
Tranquilamente las diminutas larvas crecen hasta convertirse en adultas, abandonando a su nodriza.
Estas formaciones vegetales ofrecen un variado espectáculo de formas y colores, que confirman la inmensa imaginación de la naturaleza: pueden ser puntiagudas, romas, espinosas, suaves o peludas. Su forma puede ser de urna, de riñón o alcachofa. La mayoría son inicialmente verdes, pasando al marrón y al rojo.
Podemos asombrarnos al comprobar como el quejigo ofrece más de dos variantes de estas casas de huéspedes.
Cada agalla es el hogar de una larva en desarrollo, en algunos casos el insecto adulto la abandona en verano, mientras que otros se quedan hasta la primavera.Pero la historia de la agalla no termina aquí porque es casi seguro que cada una de ellas es albergue de criaturas que parasitan al residente o le obligan a cederle el sitio. Se sabe de una agalla de quejigo que llegó a albergar 75 especies diferentes de insectos, sin contar a su propietaria legítima, la larva de una avispa. Esto quiere decir que cuando se recolectan agallas, con propósito de estudiar sus moradores, nunca se conoce con certeza que esconde.